sábado, 2 de mayo de 2009

lo que uno olvida

Yo no había llegado ahí para tener que soportar la histeria de él. No había recorrido tanto camino, no había sacrificado tanta dignidad para que ahora me saliera con un domingo siete. No señor. Era inevitable que desde entonces, se convirtiera en mi banal obsesión perversa. No era mi culpa solamente y él aceptaba eso. De hecho, de los dos él era quien más había aprendido a asumir las responsabilidades de la pareja, en el caso de que sea justo darle ese nombre a la relación que habíamos entablado.
Uno nunca sabe qué lugar va a ocupar mañana, ni qué actitud va a adoptar ante una hipotética situación futura. Eso es lo que yo he aprendido. No hay garantías de ningún tipo y de ahora en más tendré que recordar esta certeza cada vez que la soberbia amenace con ganar mi semblante.
Realmente creo que todos tenemos las mismas chances de ser queridos y de no serlo. No hay razón para desesperarse por eso, ni por dormirse en los laureles con lo mismo. Este tiempo me enseñó eso y que nadie está ahí (aquí) para quedarse. Todos pasan de largo por nuestra vida y así debe ser. Desprecio a quienes pretenden asegurarse la presencia constante del otro a su lado. No hay derecho para ejercer semejante acto de egoísmo y menos que menos para convencer al otro de que también le conviene, tanto que debería estarnos agradecido por suministrarle tales grilletes.
Pero no lo sabía entonces. Por lo menos, no de la misma forma ni con la misma intensidad con que lo entiendo ahora.
(bs.as., mayo/2007)

No hay comentarios: